Se acabó la
espera, desapareció la distancia.
Tú estabas ahí
enfrente, impaciente, sonriente.
Me puse a correr
hacia ti, te alcancé y abracé. Te sentí.
Cogí fuerzas y te
besé, aunque aquello no fuera pactado, aunque aquello te hubiera molestado. Te
sonrojaste, me sonreíste y me devolviste el beso.
Estábamos juntos,
nada más importaba. “Te amo”, te dije rodeando tu cuerpo con mis brazos y
besando tus labios con ternura y dulzura, con cariño, con cuidado.
No quería
perderte, te quería por siempre conmigo, te quería tal y como estábamos aquél
día de domingo.
Me quedé mirando
tus ojos, cuando de pronto una luz empezó a aparecer, no te podía ver. Abrí los
ojos sobresaltada. Estaba de nuevo en mi cama, lejos de ti, deseando estar a tu
lado, deseando probar tus labios, tus brazos…
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