martes, 22 de octubre de 2013

Su sonrisa lo era todo para mí. Hacía que sintiera que las cosas fueran bien, estuviese en lo correcto o no. Hacía que sintiera que valía la pena, que era suficiente... Me hacía sentir útil. me daba vida. Era como si su sonrisa, como ella, tan bella para mí, fueran mis ganas de vivir.  Por eso siempre amé hacerla feliz.
Ella fue siempre tan... tan para mí... tan mía y a la vez suya, y también de nadie... Tan libre. Y yo tan unido y encadenado a ella.
Y que si decía de volar, volaba. Y que si quería marchar, marchaba. Que la aventura y la adrenalina eran su vida. Y ella la mía. Y posiblemente eso amaba tanto de ella; que siempre iba a ser mía aunque más suya. Y que nunca iba a pertenecer a nadie más. Que las noches locas no iban a ser junto un mejor hombre, más caballero o más apuesto. Las iba a pasar enredada en nuestras sábanas, mientras yo la besaba.
Nunca me había sentido tan lleno. Pero su sonrisa... era la cura de la mayor parte de mis males. Tan placentero volver a casa y que como costumbre su sonrisa me diese una bienvenida junto a dos besos que a veces acababan siendo cuatro, que otras eran veinte, y otras que siquiera recuerdo el número. Pero, me viene a la mente, esa sonrisa, esos besos... ella merecía la pena. Cualquier batalla era justa si era por ella. Rendirse nunca se le dio bien, y eso es algo que me hizo aprender. Y aprendí, y juro por Dios que jamás la perderé. Porque lucharé y lucharé hasta caer rendido, de la misma manera que ella lo iba a hacer.
Dos causas perdidas unidas. Tan diferentes, y a la vez tan parecidas.

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