martes, 12 de marzo de 2013

Lluvia.

Abrí la puerta. Hacía mucho viento y frío fuera, aunque yo iba bastante abrigada.
Desde la ventana había visto que llovía, entonces ya llevaba el paraguas. Era no muy temprano, y tampoco muy tarde, pero sin embargo el cielo era oscuro, muy oscuro. 


Encendí la música, y la puse a todo volumen, para perderme, para olvidar el mundo, para desaparecer. Guardé el móvil, y abrí el paraguas dispuesta a salir.

Comencé a caminar; no tenía rumbo, no quería ir a ningún sitio, sólo quería perderme, andar, ir a ninguna parte.

Me sentía sola, muerta, aunque el frío, la sensación de cuchillos clavándose en mi y el dolor que sentía en el corazón, me hacían recordar que seguía viva, que todavía había sangre recorriendo mis venas, que mi corazón seguía latiendo después de todo.


Seguía andando, pero cada paso que daba parecía inútil, no podía avanzar. 

Un pequeño recuerdo que llenaba mi corazón, que lo rompía a la vez, inundó mis ojos. Agaché la cabeza, y di una patada a un pequeño charco.

Grité mientras lloraba, mientras sostenía el paraguas. Me sentía muy estúpida, sentía una gran impotencia dentro, sentía ira y dolor. Pero, ¿eso a quién le importaba?

Mis lágrimas parecían calientes, ya que tenía la cara helada del frío. Estaba completamente destrozada, pero nadie podía verlo. 

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