Acerqué mis manos a sus mejillas, acariciándolo, y agarré su cabello.
-Te amo-le dije dejando de besarle, sonriendo.
-Y yo a ti-devolviéndome la sonrisa.
Mi corazón latía rápido, muy rápido. Sentía su cuerpo junto al mío.
Algo en mi, hizo que empezara a quitarle la camiseta mientras nos besábamos allí, en su habitación. Tiré la camiseta al suelo y me quedé mirando sus preciosos ojos.
Sonrió mientras me miraba con esa mirada suya tan preciosa, tan excitante, tan dulce a la vez.
Aquella sonrisa fue lo que me pudo.
Dejé de besarle, le agarré de las manos y lo acerqué a la cama. Me tumbé en ésta, y me puse de lado, mirándole. Se tumbo junto a mi y empezó a besarme. Me puse encima suyo y entonces empezó a quitarme la camiseta.
Me dejé llevar.
Lentamente fuimos quitándonos prendas, entre besos, hasta acabar completamente desnudos.
Estábamos unidos del todo, lo sentía conmigo, lo sentía en mi. Y nunca en la vida me había sentido mejor.
Sentía como nuestros cuerpos chocaban, como el amor y la pasión se unían como él y yo.
Agarrándole de el pelo, él, agarrándome de la espalda, entre gemidos conseguí decirle:
-Te amo.
Y creo que nunca le dije uno, tan real como aquél.
No había música, pero sentía una melodía dentro de mi, como la mejor canción. No de esas canciones o melodías que se escuchan, sino, esas que se sienten, que se respiran, que te lo dan todo con unas cuantas notas.
Podía sentir cómo quería llegar a más, quería demostrarme amor a través de su cuerpo y quería darlo todo, quería llegar más lejos.
Nunca había sentido aquél placer.
Mis gemidos aumentaron junto con sus movimientos; la melodía sonaba perfecta.
Y lo que empezó con amor y pasión, acabó en una cama, en una explosión de magia.
Creyendo que no podía sentir nada mejor ni más intenso que mi amor por él, pasó.
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