lunes, 19 de agosto de 2013

Me encerré en una muralla invisible que yo misma había construido en mi mente para poder protegerme. Porque... de eso sirven las murallas, ¿no? De defensa. Y es cierto que ya estaba rota, y es cierto que las anteriores murallas habían sido derribadas, pero ya no podía más con este dolor, ya no podía seguir luchando. Me vi a oscuras, me vi con magulladuras, sentí esas heridas dentro de mi, en un cosquilleo muy amargo... Y ya no pude más, y de qué seguir luchando.
Tal vez fui yo la culpable, tal vez no debí bajar la guardia y tal vez debí seguir adelante, hacia otro lugar. Pero me quedé, derrumbé el muro, y me derrumbé con él.
Siento cómo cae la lluvia encima del cuchillo que me clavaron en el corazón. (¿Lluvia, lágrimas? Qué más da, si es simplemente lo mismo.)
Todo está muy oscuro, pero esos relámpagos iluminan la noche junto a la lluvia, y puedo ver cómo mi cuerpo está bañado en sangre.
Y me quedaré aquí tumbada, rota y vacía hasta que mi alma sea encontrada y traída de vuelta. O que ella misma vuelva, o... que sea lo que Dios quiera.

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