Puse mi mano en su mejilla. Él estaba mirándome a los ojos, podía ver en estos, sentimientos muy intensos, pero ninguno podía ser nombrado.
Acerqué muy lentamente mi cara y mi cuerpo a él y cerró sus ojos. Los tuvo cerrados pocos segundos, y cuando estuve a centímetros de él, los abrió.
Yo acerqué mis labios a los suyos y los rocé. Me aparté y miré a sus ojos; él también miraba los míos. Volvió a cerrarlos y esta vez miró al suelo. Me volví a acercar y le besé. Le besé con todo mi amor y toda mi pasión; pues este era nuestro adiós.
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