lunes, 17 de junio de 2013

El príncipe oscuro.

Érase una vez, un muchacho solitario, de tez muy blanca y cabello muy oscuro, casi tanto como sus ojos.

El muchacho no se sentía bien en compañía de otra gente, era callado y bastante extraño. No se sentía comprendido por nadie, era muy diferente al resto de sus compañeros. Tenía algunos amigos, pero tampoco quería más, era bastante selectivo. Algunos pensaban que estaba loco, él sabía que no era locura lo suyo, que no quería que le hicieran daño. Con los años, fue construyendo un muro que él sólo derribaba con determinadas personas; era muy selectivo. Nunca nadie había derribado su muro, pero entonces llegó ella...


Ella era una chica alegre, o al menos eso parecía. Reía por todo, y era muy extrovertida, muy habladora. Era nueva en el instituto, según decían, en el anterior le hicieron cosas muy malas, y eso fue lo que hizo que cambiara de aires.

El primer día, ella estaba sola, intentaba acercarse a la gente, pero no hubo mucho éxito. Sin embargo, ella seguía intentándolo. 

Algo hizo que ella se fijara en el muchacho solitario. Sí, por primera vez alguien vio al chico, alguien le dio importancia y sólo tenía pensamientos positivos.

Él estaba sentado en la última fila, a un rincón, había una silla al lado en la cual nadie se había sentado. El chico, estaba con la cabeza agachada, y no parecía que quisiera compañía, pero, ella simplemente se sentó.

La muchacha se quedó mirándole, sonriendo.

-Hola.-dijo con un tono alegre.

Él sólo la miró, y le dedicó una sonrisa.

Y, ahí empezó todo. Ahí fue cuando la chica empezó a sentir algo que jamás había sentido. Ella se sonrojó, y le sonrió.

-No deberías...-dijo él con una voz ronca.


[...]

El uno al otro se completaban, no se parecían mucho, pero a ambos les encantaba aprender nuevas cosas, el uno del otro.

Ellos eran felices juntos, eran felices olvidando el mundo, teniéndose el uno al otro, y eso amigos, eso era amor.

Al final, el príncipe oscuro, de aquella alegre princesa, fue el que trajo el color y la vida que le faltaban a ella y a su vida.


El cuento no ha acabado, pero lo que es seguro, es que no creo que acabe; dos almas así, ni en el peor infierno mueren, ni en las peores de las circunstancias dejarían de amarse. Eran aquello que le llaman "almas gemelas"; dos incomprendidos que se comprendían, dos solitarios que se unieron, y que se quisieron como nunca antes nadie les había querido.

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